⭐ Transexualidad en la infancia: desenmascarando la falsedad del 80% de ‘desistimientos’

"Más que una cuestión de persistencias y desistimientos, en realidad nos encontramos ante una cuestión de criterios diagnósticos imprecisos"

En la mayoría de los casos los chicos tienen pene y las chicas tienen vulva. Por eso en el momento del nacimiento se miran los genitales: para suponer cual será el sexo del recién nacido, cuál será su identidad sexual. Cuestión que solo podremos conocer con certeza cuando, con la conquista del lenguaje, a partir de los dos años, empiece a hablar y a expresarse, afirmando “soy un niño” o “soy una niña”. Porque la identidad sexual no se puede adivinar desde fuera del sujeto; solo puede ser expresada desde dentro. Y en todo caso lo que desde fuera se puede hacer es escuchar esa expresión y, a partir de ahí, aceptarla y acompañarla… o cuestionarla y negarla.

En algunas ocasiones quien suponíamos que era un niño (porque tenía pene) resulta que es una niña (porque expresa que lo es). Y viceversa. Porque la identidad sexual no se encuentra en los genitales. Es a esta realidad a la que nos referimos cuando hablamos de transexualidad.
Desde el ámbito psiquiátrico se usa, de manera ambigua y muy poco precisa, el desafortunado término disforia de género (DG) para referirse a esta realidad, entre otras, desde una mirada patologizante. Pero la transexualidad no es ni una enfermedad ni un trastorno ni una anomalía. Tampoco es una decisión o una elección. La transexualidad es un hecho de diversidad. Y es importante no confundirla con los denominados comportamientos de género no normativos; es decir, niños a los que, por ejemplo, les gustan los vestidos o jugar con muñecas, o niñas que juegan al balón o prefieren llevar el pelo corto.

"La identidad sexual no se puede adivinar desde fuera del sujeto; solo puede ser expresada desde dentro"

Hasta hace muy poquitos años la transexualidad infantil, la existencia de niñas con pene y niños con vulva, no solo era invisible, sino que además era impensable. A día de hoy, afortunadamente para esas niñas y niños, podemos pensar esta realidad y, por lo tanto, acompañarla.

Ante la pregunta de cómo acompañarles, una posibilidad es aceptar la identidad sentida y expresada y la peculiar manera de ser de cada quien, acompañando el tránsito para que puedan vivir de acuerdo a su sexo. De hecho, estamos conociendo la primera generación de niñas y niños en situación de transexualidad que están pudiendo vivir su infancia con su identidad sexual respetada y aceptada.

Desde la literatura “científica” sobre disforia de género, algunos autores vienen planteando que esta opción no es razonable porque, según afirman en sus publicaciones, la mayoría de los niños con disforía de género “desisten” en la pubertad. Por ejemplo, en el Documento de posicionamiento: Disforia de Género en la infancia y la adolescencia (Esteva et al. 2015), firmado por responsables de diferentes Unidades de Género del estado español, se afirma: “Los datos de persistencia indican que una gran mayoría (80-95%) de niños prepuberales que dicen sentirse del sexo contrario al de nacimiento, no seguirá experimentando tras la pubertad la disforia de género”.

"Hasta hace muy poquitos años la transexualidad infantil, la existencia de niñas con pene y niños con vulva, no solo era invisible, sino que además era impensable"

Resulta ser un porcentaje abrumador que no concuerda para nada con la realidad expresada desde las distintas asociaciones de familias de menores transexuales del estado español que han ido surgiendo en los últimos años: entre sus familias no ha habido ni un solo caso de desistimiento –y estamos hablando ya de más de 500 familias–. Parece, por lo tanto, necesario revisar las referencias que se dan, para ver de dónde sale ese dato del 80-95% de desistimientos.

La investigación liderada por Esteva realiza dicha afirmación citando tres estudios de los que, sorprendentemente, uno de ellos no proporciona datos de desistimientos en la infancia (Cohen-Kettenis, 2001), mientras que los otros dos encuentran porcentajes considerablemente inferiores: 63% y 45,3% (Steensma et al. 2011 y Steensma et al. 2013, respectivamente). Y es que, curiosamente, dicha aseveración no se basa en los resultados de los estudios a los que hace referencia, sino en datos que se mencionan en las introducciones de dichos artículos.
Podemos ver, así, que esa afirmación ha sido casi literalmente traducida y copiada de la introducción de Cohen-Kettenis et al. (2008), donde se puede leer: “Symptoms of GID at prepubertal ages decrease or even disappear in a considerable percentage of children (estimates range from 80–95%)”, dato que se acompaña de la referencia a tres artículos: uno de ellos (Cohen-Kettenis, 2001) ofrece un porcentaje del 42,6% y los otros dos (Zucker y Bradley, 1995 y Drummond et al. 2008) dan un 80%.

"Además de que el 95% no aparece en la bibliografía por ningún lado, lo que nos encontramos es un gran abanico de porcentajes (entre 42,6% y 80%)"

En las introducciones de los otros dos artículos (Steensma et al. 2011 y Steensma et al. 2013) a los que hacen referencia Esteva et al. (2015) se habla de un 84,2%, dato que se recopila de 10 estudios, 7 de ellos anteriores a 1990. Por lo tanto, además de que el 95% no aparece por ningún lado, lo que nos encontramos es un gran abanico de porcentajes (entre 42,6% y 80%), algunos recogidos de estudios muy antiguos, sobre los que resulta necesario reflexionar si queremos sacar alguna conclusión con rigor.
De hecho, Drummond et al. (2008) apuntan que el porcentaje que arroja su estudio (80%) puede que sea demasiado alto por el peso que se da en los criterios para diagnosticar disforia de género a los comportamientos superficiales de identificación cruzada de género –o comportamientos de género no normativos–.

"Drummond apunta que el porcentaje que arroja su estudio (80%) puede que sea demasiado alto por el peso que se da en los criterios a los comportamientos de género no normativos"

Coincidimos con Drummond en que el origen de esta disparidad en los datos y la existencia misma de la idea de desistimiento parece provenir de los criterios diagnósticos de disforia de género del DSM, que son los que usan los diferentes estudios. Especialmente es importante reflexionar sobre el criterio principal, que en la última versión del DSM-V es considerado criterio sine qua non, y que queda formulado así: “The experience of a strong desire to be of another gender or an insistence to be another gender”. Podemos observar que este criterio mezcla, usando la conjunción disyuntiva o, dos realidades diferentes:

a) La “vivencia de un fuerte deseo de ser del otro género”, que haría referencia a los denominados comportamientos de género no normativos: niñas con vulva y niños con pene que viven con malestar las “imposiciones de género” que no van con su forma de ser y expresarse. Por ejemplo, un niño a quien le guste maquillarse y, porque se burlan de él, expresa que desearía ser niña, no porque lo sea, sino porque si fuese niña no le molestarían por el hecho de maquillarse y le dejarían en paz ser como es.

b) La “insistencia en ser del otro género”, que haría referencia a lo que conocemos por transexualidad: niñas con pene y niños con vulva que insisten en ser del sexo que son –aunque los demás crean y afirmen lo contrario–.

En la pubertad, las chicas masculinas y lo chicos femeninos no suelen sentir malestar hacia sus cambios corporales y no demandan ningún tratamiento médico, por lo que dejan de ser diagnosticados de disforia de género. Son los que desisten. En cambio, las chicas y chicos transexuales siguen siéndolo en la pubertad es decir, quienes decían “yo soy del otro sexo” –en realidad lo que dicen es “yo soy del sexo que soy, y no del que vosotros decís que soy"– lo seguirán diciendo. En muchos casos, ante el malestar generado por el desarrollo de caracteres sexuales secundarios no deseados, demandan tratamientos médicos. Y se les mantiene el diagnostico de disforia de género. Son los que persisten.

"Quienes desisten cumplen la primera parte del criterio del DSM (deseo de ser) y los que persisten cumplían la segunda (insistencia en ser)"

Steensma et al. (2011, 2013), estudiando los factores asociados con la persistencia, hallan un resultado muy esclarecedor: “Quienes persisten explícitamente indicaron que sentían que eran del otro sexo, quienes desisten indicaron que se identificaban como chicos femeninos o como chicas masculinas que solo deseaban ser del otro sexo”). Es decir, quienes desisten cumplían la primera parte del criterio del DSM (deseo de ser) y los que persisten cumplían la segunda (insistencia en ser).

Y es que la fuente de la confusión que estamos analizando proviene de esa conjunción disyuntiva del criterio sine qua non del DSM que mezcla dos realidades del todo diferentes bajo un mismo “diagnóstico”.
Steensma et al. (2011, 2013) muestran asimismo otro dato de gran interés: de los casos de su muestra en los que se hizo en la infancia el tránsito completo, ninguno desistió.

Más que una cuestión de persistencias y desistimientos, en realidad nos encontramos ante una cuestión de criterios diagnósticos imprecisos que llevan a una errónea identificación de caso. Porque los que supuestamente desisten, no desisten de nada. Lo que ha sucedido es que se les metió en un saco –el de la disforia de género– del que posteriormente les sacan. Claro que quizá resulte duro para los expertos asumir públicamente que yerran en el diagnóstico en un 80-95% de los casos...

"Más que una cuestión de persistencias y desistimientos, en realidad nos encontramos ante una cuestión de criterios diagnósticos imprecisos que llevan a una errónea identificación de caso"

A día de hoy las unidades de género en el estado español parece que están empezando a identificar mejor las dos realidades que se han venido confundiendo y, seguramente por ello, están encontrando porcentajes de desistimientos mucho más bajos.

Por ejemplo, Nuria Asenjo-Araque, de la Unidad de Género del Hospital Ramon y Cajal de Madrid, que es la segunda autora del Documento de posicionamiento (Esteva el al. 2015), firma ese mismo año otro artículo (Asenjo-Araque eta al. 2015) en el que dan cuenta de los 45 casos de menores que han atendido en su Unidad en los últimos años. En el mismo afirman que “el número total de casos de menores de 18 años (...) en los que persiste el diagnóstico y que continúan siguiendo el tratamiento en la UTIG es de 43 (95% del total).” Es decir, en su muestra de niños y adolescentes desisten solo el 5%.

Es más, si revisamos detenidamente su estudio, encontramos que aclaran que “el número de menores que abandonaron la UTIG antes de la mayoría de edad es de 2 (4,4%) por motivos de cambio de residencia”. O sea que los que para los autores “desisten”, en realidad es que les han perdido la pista porque fueron a vivir a otra comunidad autónoma. Si usamos un poco de rigor científico, esos casos de los que ya no se tiene conocimiento no se deberían contabilizar en los resultados. Lo que significa que en su muestra el porcentaje de desistimientos es del 0%.

Si bien no se puede sacar de este estudio ninguna conclusión definitiva, puesto que por una lado no se trata de un estudio de seguimiento y, por otro, de los 45 casos solo 5 eran menores de 11 años cuando acudieron por primera vez a la Unidad, resulta curioso que este llamativo porcentaje nulo de desistimientos que no coincide con los datos presentes en la literatura no sea mencionado ni en el Abstract ni en las conclusiones de su artículo: lo dejan ahí perdido en un párrafo en mitad del artículo.

Asimismo también es destacable que en otros dos lugares del artículo se refieren a ese dato diciendo: “encontramos un alto porcentaje de menores que continúan su seguimiento después de la mayoría de edad” y “nuestros datos hasta la fecha objetivan un número elevado de casos de menores vistos en edades tempranas, en los que se confirma y se mantiene su diagnóstico de disforia de género, después de la mayoría de edad. ¡¿Cómo “alto porcentaje” o “número elevado de casos” si se trata del 100% de su muestra?!

Hemos de añadir en esta reflexión que en el Documento de posicionamiento (Esteva el al. 2015), tras afirmar el 80-95% de desistimientos añaden: “Por consiguiente las valoraciones psicológicas en niños deben ser más cuidadosas aún que en adultos, deben ser realizadas por personal especializado en DG y deben evitar en lo posible intervenciones médicas dañinas o irreversibles”.

"En la infancia los niños y niñas en situación de transexualidad no necesitan ningún tratamiento. Bueno, en realidad sí que necesitan un tratamiento: necesitan un buen tratamiento, que se les trate bien"

Los autores del artículo, responsables de distintas Unidades de Género, son quienes mejor saben que con los niños prepuberales no se realiza ninguna intervención médica, menos aún dañina o irreversible. Y que las primeras intervenciones médicas, en todo caso, se hacen en el principio de la pubertad con los bloqueadores hormonales. ¿Por qué realizan entonces dicha afirmación, que no tiene ningún sentido y, eso sí, genera una sensación de alarma?

En la infancia los niños y niñas en situación de transexualidad no necesitan ningún tratamiento médico. Bueno, en realidad sí que necesitan un tratamiento: necesitan un buen tratamiento; es decir, que se les trate bien. Lo que necesitan, igual que el resto de niñas y niños, es un acompañamiento que respete su identidad y la expresión de la misma. Porque lo que genera malestar en estas niñas y niños no es su situación de transexualidad, sino la negación de la misma.

Sexólogo y autor del libro "Niños y niñas. Cada una, cada uno diferente". y del proyecto de Educación Sexual Básica “Niñas y niños”

AINGERU MAYOR

Sexólogo. Autor del libro sobre diversidad sexual “Niñas y niños. Cada una, cada uno diferente”.
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