El piropo o el origen de todos los males

En un mundo donde lo público cada vez se adentra más en el terreno de lo privado y en el que el (neo)puritanismo es igual a lo políticamente correcto –tal y como siempre ha sido–, las expresiones de afecto y de deseo cada vez tienen menos cabida; más aún cuando se mueven en esa delgada línea entre tus deseos y mis deseos que supone el ligoteo. Tal es el caso del piropo, una figura que junto a ciertos tipos de humor se ha convertido en el origen de todos los males y que, gracias a una fake new que han publicado varios medios –desde cadenas como Antena 3 o La Sexta a periódicos como El Español, Okdiario, La Vanguardia o, La Voz de Galicia– sobre la Propuesta de Ley de Protección Integral de la Libertad Sexual de Podemos, ha reabierto un acalorado debate: ¿Deberían prohibirse los piropos por ley?

Aunque pudiera parecerlo, esta controversia no es nueva, ni mucho menos. Por su carácter transgresor –como todo acto de ligoteo–, los piropos siempre han tenido sus defensores y sus detractores. Es más, haciendo un poco de memoria –o al menos, repasando en aquellos archivos que la guardan– podemos comprobar no sin cierto asombro que la prohibición del uso social de esta expresión verbal del deseo erótico ya ha sido prohibida por ley anteriormente en el Estado español. Concretamente, durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), cuyo Código Penal rezaba así: «El que, aún con propósito de galantería, se dirigiese a una mujer con gestos, ademanes o frases groseras o la asedie con insistencia molesta de palabras o por escrito, será castigado con la pena de arresto de cinco a veinte días o multa de 50 a 500 pesetas».

 

"En un momento en el que las relaciones entre los sexos no pasan precisamente por su mejor momento, me pregunto si criminalizar aún más las expresiones deseantes es la mejor estrategia para resolver la cuestión sexual del siglo XXI"

 

El hecho de que los piropos únicamente hayan sido penados durante una dictadura creo que debiera incitar cuanto menos a la reflexión. Por supuesto, habrá quienes aludan que los motivos de quienes apostaban por la prohibición en aquel entonces y de quienes lo hacen ahora son radicalmente diferentes. Sí y no. Sí, porque los argumentos y las formas han cambiado, del mismo modo que también lo ha hecho la sociedad en la última década. Pero no, porque el fondo, la episteme (neo)puritana garante de la pureza y de la dignidad de la especie humana en general y de las mujeres en particular, continúa siendo la misma.

En un momento en el que las relaciones entre los sexos no pasan precisamente por su mejor momento, me pregunto si criminalizar aún más las expresiones deseantes es la mejor estrategia para resolver la cuestión sexual del siglo XXI. Nuevamente, prevenir en vez de promocionar. Pero tal vez, solo tal vez, ¿no sería más constructivo reflexionar sobre cuándo se convierte una expresión verbal del deseo erótico en una agresión y educar en vez de prohibir para quedarnos en lo primero y evitar lo segundo?

Periodista de profesión, sexólogo de vocación e investigador en formación.
Especializado en TRICs, sexualidad y diversidad sexual.
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