Hace unos meses leí un artículo llamado “la paradoja del victimismo”, donde se habla, entre otras cosas, de un libro llamado “Crítica de la víctima” del autor Daniele Giglioli. Así empieza el libro:
“La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable. ¿Cómo podría la víctima ser culpable, o responsable de algo? La víctima no ha hecho, le han hecho; no actúa, padece. En la víctima se articulan carencia y reivindicación, debilidad y pretensión, deseo de tener y deseo de ser. No somos lo que hacemos sino lo que hemos padecido”.
Buuum... ¿Cómo te quedas? A mí me impactó y me gustó, porque me encanta escuchar en mi cabeza un “CLAK”, algo se mueve. “La víctima no ha hecho, le han hecho”... es muy potente, ¿a caso estamos en la Cultura del Victimismo?
Plantea que hemos pasado del hacer, al ser. Ya no importa tanto lo que se hace, sino quién lo hace. Y si lo hace alguien que por esencia se le considera víctima, ya es portadora de la verdad, no puede ser objeto de crítica. Estamos empeñadas en exigir nuestra etiqueta de ser víctima y parece que jugamos a ver quién lo es más. Razones no nos faltan, eso es evidente, pero ¿es la mejor estrategia?
Ahora os cuento a qué viene esta introducción. Estos días he leído a más de una persona hablar sobre la condición de ser bisexual y expresar la discriminación que se sufre, algunas han hablado incluso de la legitimidad de definirte como tal, otras dicen que siendo bisexual estás disponible para el patriarcado, que si eres bífoba...
Y leyendo los comentarios, me ha venido el artículo que os he mencionado. Me parece un despropósito de debate, 0 constructivo, es lo que tiene tener una plataforma que da voz a cualquiera, a veces nos mola y otras veces no, hipocresía pura.
Total, que leyendo mensajes que se lanzaban como balas entre unas y otras me vino una pregunta a la cabeza: ¿acaso siendo más reprimida, tienes más verdad? Osea, ¿ser una mujer racializada, diagnosticada como diversa funcional, pobre, bollera... te convierte en la portadora de la verdad absoluta? Y si tienes la verdad absoluta, puedes juzgar a las demás, ¿verdad?
Somos cómplices de presenciar una lucha de a ver quién es más oprimida; las bolleras sufrimos más, no las mujeres trans, no que a mi nadie me toma enserio por ser Bi... No hemos entendido una mierda.
No se trata de una competición de demostrar quiénes somos las más oprimidas y quienes lo tenemos más difícil para ser y expresarlo. Y ni de coña se trata de señalar a la otra para decirle que ella no está oprimida y que no tiene razones para decir que sí, de decirle a otra mujer que su voz no cuenta tanto porque yo pienso que por chupar pollas, es menos feminista. O decir a alguien que por tener pene no es mujer, o hablar de putas sin las putas. Qué queremos, ¿la verdad? ¿Una medallita que nos señale como las más reprimidas de la historia para tener más voz y más verdad?
Si queréis luchar por la verdad... darle duro amigas, yo paso. Porque si tener la verdad significa quitársela a otras, mal andamos. Porque la lucha es contra la norma, cualquier norma. Si hay norma, hay represión, exclusión, patologización, castigos, discriminación.
Luchamos contra esto, contra el patriarcado, contra las normas. No para poner otras jaulas, no para decirle a una mujer bisexual que pudiendo elegir a una mujer y un hombre, tiene que elegir a una mujer porque así es más guay y menos cómplice, no para juzgar a las mujeres que se abren de piernas y chupan pollas de ser las más explotadas y pobrecitas, no para decirle a nadie que es mujer o no.
Si no puedes defender lo tuyo sin joder a nadie, míratelo. Mi verdad no es incompatible con la tuya, porque se trata de reconocer(nos), de lo biográfico, de nuestra vivencia de ser quienes somos. Y está claro que no es lo mismo ser una cosa u otra, no todas tenemos las mismas facilidades ni se nos proporcionan los mismos recursos. Y ahí está la lucha.
Y si queréis guerra, ya sabéis quién en el enemigo, pero desde luego no es tu compa de batalla. Vayamos a crear alianzas y a ser combativas, a reconocernos y no a victimizarnos a costa de las demás. Responsabilizarse quizá sea la tarea pendiente, dejando la culpa para la iglesia y a echarnos un cable asumiendo lo nuestro.