“Mamá, ¿de dónde vienen los niños?” y otras preguntas que asustan a las familias

"La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo"

Nelson Mandela

¿Por qué los niños tienen pilila y las niñas tienen pepe? ¿Cómo se hacen los niños? ¿Duele perder la virginidad?... y otras muchas preguntas terroríficas ponen a familias al borde de un ataque de nervios y les lleva a preguntarse: ¿De qué puedo hablarles y de qué no? ¿Qué tono es el adecuado en la educación sexual? ¿No será demasiada información? Si tienes serias dudas con peques de tu entorno… ¡sigue leyendo!

Muchas veces quienes no son profesionales de la Educación Sexual piensan que es una tarea difícil de llevar a cabo en casa, en un entorno educativo informal… sin embargo, que sea difícil no significa que no hagamos Educación Sexual. Es más, hacemos Educación Sexual; todos los días, mucho más de lo que pensamos.

Damos mensajes sobre qué es ser mujer y ser hombre, transmitimos nuestras ideas sobre las relaciones y el amor… Por lo tanto, ya que lo hacemos, ¿qué tal si lo hacemos de manera consciente?

Antes de nada, pregúntate, ¿qué quieres transmitir? 

Está claro que si te has planteado que “tienes que hablarles de sexo” es porque algo les quieres contar. Un mensaje claro, una idea que crees que necesitan o te gustaría que compartiesen.

Es muy importante diferenciar también tus deseos y necesidades de los suyos. Es probable que tengas miedo de qué les pueda pasar con sus sexualidad, en su desarrollo, en su crecimiento… pero hacer tu miedo el de ellos no ayudará.

Ten claro qué les quieres decir y con qué finalidad y diferéncialo de las emociones y sentimientos que te guían en esta dirección.

Comparte tus dudas y miedos 

Diferenciar la información a transmitir de tus sentimientos y emociones no es que debas ocultar todo esto. ¡Claro que les puedes compartir cómo te sientes, hasta si es negativo! Habla sobre tus emociones, no desde ellas.

La confianza se genera construyéndola. Viéndote como alguien cercano y que habla con sinceridad, los peques de tu entorno se sentirán mucho mejor acogidos que en otros contextos para compartir sus vivencias.

Recuerda tus límites

Límites de funciones, límites morales, incluso límites de conocimientos… Eres un ser humano, si bien puedes parecer la mismísima Wonderwoman o el mismísimo Superman con todo lo que haces por tus peques, no lo eres.

Si hay cosas que debe compartir con otras personas (grupo de iguales, familia…) lo sugerimos.

Si hay algo en lo que nuestra moral nos impide hacer un buen acompañamiento, lo exponemos.

Si hay información que desconozco, lo reconocemos y ofrecemos hacer una búsqueda conjunta de información.

Lo importante es ser referentes de confianza, como personas adultas somos un buen filtro de mucha desinformación y riesgos que en edades más tempranas se pueden llegar a tomar desde el desconocimiento.

¡Fuera vergüenzas… en el lenguaje!: lo que no se nombra no existe

Esto cuesta mucho. Es más, a quienes estudiamos sexología en su día nos costó, pero es imprescindible.

No vamos a pedir que todas las familias y entornos educativos se vuelvan naturistas y que se viva en pelota picada. Es más, intentar ser más moderna/os de lo que en realidad somos es contraproducente.

Donde sí importa poner el foco es en llamar a las cosas por su nombre. Como nos decían en el máster, “lo de abajo son los pies”. Igual que los brazos, los ojos y la nariz, los genitales, las gónadas y otras partes del cuerpo tienen sus nombres: vulva, vagina, clítoris, pene, glande, escroto…

Tampoco pasa nada por llamar a cada práctica como lo que es: estimulación oral de genitales (o sexo oral), masturbación, penetración (no suele ir de más especificar el tipo de penetración de la que hablamos, por ejemplo, “del pene en la vagina”).

¿Qué es peor, entrenarse para decirlas o saber que esa personita en un futuro se va a sentir avergonzada y no va a tener recursos suficientes cuando, por ejemplo, en una consulta médica de revisión habitual tenga que hablar sin conocer términos?

Imaginaos el corte de acabar diciéndole al médico que “por la chirla no te han metido nada aún” o que “te pica el nabo demasiado” 

Adaptar mensajes, atender y entender etapas

Obviamente, sí que algunos mensajes requieren una adaptación a la edad. Pero eso sólo afecta al nivel de complejidad de las palabras que elegimos. No al nivel de cuán explícitos son los mensajes que damos.

Igual que debemos asegurarnos de hacer nuestro mensaje comprensible, debemos asegurarnos de que hemos entendido qué inquieta a quien recurre a nosotra/os. Para ello, a veces, en lugar de responder exactamente a lo que dice nos ayuda preguntarnos “¿por qué me lo pregunta?”.

Por ejemplo, imaginaos que una adolescente os pregunta si duele ponerse un tampón, ¿qué hay tras esa pregunta? Un posible miedo a probar el tampón, desinformación sobre su propia anatomía… Sólo atendiendo a estas necesidades podremos responder en profundidad.

Donde fueres… harás lo que vieres 

Somos un modelo, a seguir o no, eso ya lo irán decidiendo, pero somos un modelo, un referente. No podemos exigir cosas que incumplimos o desaconsejar cosas que luego hacemos.

Por ejemplo, no podemos pedir a peques que no se rían ante determinadas conductas y luego hacerlo nosotra/os o decirles que no vean la televisión o determinado programa y luego no parar de hablar de lo bueno que es con otras personas adultas.

Tal vez estos consejos sean suficientes, tal vez quieras más o incluso tengas tus propias dudas o interés en obtener otros recursos para la Educación Sexual. Si ese es tu caso, tenemos una cita pendiente el día 30 de noviembre en Los Secretos de Mar.

Sexóloga, Técnica de Igualdad y Técnica en Intervención Psicosocial.
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