A solas conmigo

Hacía días que iba muy estresada. Bueno, mejor dicho semanas. Entre el trabajo, las cosas de casa e intentar tener un poco de vida social, sentía que no tenía tiempo para mí y me estaba empezando a pesar más de lo que me gustaría admitir.

Esta misma mañana, al mirarme en el espejo después de lavarme la cara, me he quedado mirando mi reflejo durante unos segundo al darme cuenta que no recordaba la última vez  que me presté atención. He caído en la cuenta que hacía tiempo que no me veía, que no era más que una autómata de mi misma.

He pasado las yemas de los dedos por mis mejillas aún húmedas del agua, por mis ojos un poco hinchados de la falta de sueño y he ido dibujando un camino por todo mi rostro hasta mi nuca, acariciándome para ser consciente de mi misma. 

Ese simple contacto, ha despertado mi piel y mis ganas de sentirme de nuevo. De disfrutarme, de olerme, de regocijarme en mi cuerpo. Ha sido uno de esos momentos en los que mi cuerpo me habla alto y claro. De los que es imposible no captar el mensaje que, otras muchas veces ignoro amparándome en la falta de tiempo, en el cansancio o simplemente diciéndome que no es necesario.

Me he quedado un buen rato así, mirándome al espejo y tratando de reconocerme en cada centímetro de piel.

Apenas sin darme cuenta, he alzado mis manos hacia el cuello de la camiseta vieja que uso de pijama y la he estirado hacia un lado dejándome ver en el reflejo mi clavícula y mi hombro. Siempre me ha parecido tan sexy. Tan sugerente. Me he quitado la camiseta y las bragas lentamente. Desnudándome para mí.

Otra vez las yemas de mis dedos recorriendo mis líneas rectas y no tan rectas. Al notar como se erizaba mi piel, he cerrado los ojos instintivamente para sentirlo mejor pero acto seguido los he abierto para mirarme de nuevo. No me quería perder ni un detalle. He torcido la cabeza hacia la derecha para exponer un poco mejor mi cuello y dejar que mis dedos treparan libremente por él hasta mi pelo. 

Con las dos manos, he hundido mis dedos entre mi pelo despeinado masajeando mi cuero cabelludo y girando la cabeza de lado a lado para sentir mejor la presión. Mi reflejo me devolvía una imagen de mi tantas otras veces explorada pero excitante como si se tratara de la primera vez. 

Sentir como el tacto de mis propias manos podía darme tanto placer me ha traído recuerdos y me ha animado a continuar. He seguido bajando por el cuello de nuevo para sentir mis pechos. Acariciarlos, agarrarlos y estrujarlos entre mis manos. Pellizcar los pezones que estaban duros y erectos  y disfrutar de su hinchazón y del cambio de textura por la excitación… me estaba encantando poder disfrutarme así. 

Tenía ganas de que mis manos se multiplicaran y cubrieran toda mi piel. Que no dejaran ni un centímetro por recorrer. Esa sensación de leerme con mis dedos, acariciando cada curva, cada pliegue, cada estría, cada cicatriz… dejando un rastro caliente a mi paso y activando mis sentidos. 

Siempre me gustó jugar con el hueco de los huesos de mi pelvis desde mis caderas y hacia abajo para después hundir mi mano bajo el pequeño pliegue entre mi vientre y mi monte de venus. Notar la diferencia de textura de mi piel bajo el vello púbico buscando el calor de mis ingles y cubrir todo mis sexo con la palma de mi mano, como arropándolo. 

Como diciéndole que lo oía, que lo escuchaba y lo sentía. Masajear mi monte de venus haciendo una ligera presión que hacía palpitar y henchirse a mis labios vaginales que esperaban solícitos a que mis dedos los surcaran.

Hundir mi dedo corazón y enterrarlo entre mis labios notando la humedad, sintiéndome lúbrica invitando a mi dedo a la exploración de cada rincón y a pasearse hacia arriba en busca del glande de mi clítoris. 

Seguí haciendo todo aquello guiada solo por los deseos de mi propio cuerpo. Queriéndome frente al espejo del baño, empañándolo con el vaho de mi respiración entrecortada y mis gemidos. Yo sola. Yo siendo y sintiendo cada parte de mi cuerpo palpitando, latiendo de placer.

Pellizco el glande de mi clítoris entre los dedos índice y corazón como si de dos palillos chinos se trataran y juego con él mientras mojo las yemas de mis dedos con mi propia humedad para luego acariciarlo en círculos suavemente. 

Me gusta recrearme en ese movimiento lento y degustar los latigazos de placer que se expanden por todo mi cuerpo como olas haciéndome perder el sentido y aterrizándome en el más puro ahora. Alargo ese momento hasta que todo mi cuerpo está en tensión. En pocos movimientos, un orgasmo eléctrico recorre todo mi cuerpo arqueándolo en una convulsión maravillosa.

Me vuelvo a encontrar en el espejo. La respiración agitada, la boca entreabierta y jadeando y el placer reflejado en el brillo de los ojos que me devuelven la mirada y me sonríen. ¡Cuánto me había echado de menos!

Coordinadora de equipo en Somos Peculiares.
Terapeuta especializada en temas de género, sexualidad y parejas.
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