Ser mujer es pasar hambre: la presión por un cuerpo delgado

Ahora que se acerca el verano, comenzamos a ver publicaciones que nos ofrecen consejos para comenzar la operación bikini y así tener un cuerpo “adecuado” que podamos mostrar en la playa. Pero durante el resto del año, cada vez es más habitual ver productos para la pérdida de peso, que incluso empiezan a colarse en empresas cuya venta principal de productos nada tiene que ver con la salud y belleza. Todo esto, es un constante bombardeo sobre lo que tenemos que hacer para conseguir un cuerpo deseable y socialmente bien visto. (Nótese la ironía) 

Ser mujer es pasar hambre, y por muy dura que resulte esta frase, es así. Los cuerpos de las mujeres se han idealizado de tal manera que el actual cuerpo normativo (concebido como el que se ajusta a la norma) se entiende por aquel que sea delgado.

Lo irónico es que nuestra sociedad se ha obsesionado tanto con la delgadez que ahora se asocia a la salud y a la belleza, obteniendo como resultado la concepción de que ser mujer es ser delgada, sana y bella. Porque ser todo esto en vez de estar delgada, sana o bella implica mayor duración en el tiempo y a lo que aspiramos. Es decir, soy delgada, no estoy delgada.

Lo mismo pasa con el cuerpo contrario. Se está gorda más que se es, porque se considera que una persona gorda es un producto inacabado, es una futura delgada porque ese cuerpo gordo no es sano ni está aceptado y por lo tanto, un cuerpo en permanente construcción.

De esta forma, vivimos en una sociedad gordofóbica (odio al cuerpo gordo) que rechaza los cuerpos que no se ajustan a la norma. Y como observamos a nuestro alrededor, todo aquello que no se ajuste a la norma es inferior y marginal.

Cuarentena, redes sociales y ejercicio físico

Durante los tres meses que estuvimos recluidas/os en casa a raíz de la pandemia de la Covid-19, el uso de las redes sociales se disparó como pasatiempo favorito. Especialmente, destacó grabar vídeos bailando o los conocidos challenges, pero también se pudo explorar más con las herramientas que nos ofrecen, como los filtros de Instagram. 

Si bien hay algunos que distorsionan la voz poniéndola más aguda o incluso otros que nos muestran cómo seríamos siendo algún personaje de dibujos, otros filtros nos “aguapan” la cara, mostrándonos más guapas/os. El impacto perverso de estos efectos aparentemente inofensivos, es que nos hacen creer cómo querríamos ser y cómo deberíamos aparentar.

Esto crea ilusiones que no se ajustan a la realidad y daña la autoestima de muchas personas, en especial la de las mujeres, las mayores consumidoras de estos filtros y quienes mayor presión viven por la apariencia.

Igualmente, junto con el uso de las redes sociales, tuvimos otro gran compañero: el ejercicio físico. En la cuarentena todo el mundo se puso a hacer deporte, ya sea en el salón de casa o en el descansillo del edificio: nadie quería acabar con unos “kilos de más”. Esto se dio para mostrarnos bien en los vídeos que grabamos o si se daba alguna videollamada, pero sobre todo, de cara al post-cuarentena, es decir, cuando nos volviéramos a juntar con la gente. 

Así, se reforzó la idea del miedo que produce tener un cuerpo gordo porque se considera que no es sano ni atractivo, sino que más bien es objeto de burla y tema de conversación para criticar a alguien. De esta forma, la industria que promueve la delgadez como un estilo de vida saludable, se vio beneficiada.

El mundo de las dietas

El hábito que se cogió para hacer deporte no ha desaparecido, sino que sigue presente hoy en día. No obstante, ahora que han vuelto a quitar las mascarillas en interiores, las/los usuarias/os de los gimnasios han aumentado, porque a su vez, la idea de la delgadez ha hecho más mella.

Si bien es cierto que el ir al gimnasio se ha disparado porque además parece que ahora hay una moda por decir que vamos, una de las culturas más antiguas para adelgazar sigue al pie del cañón: las dietas.

Muchas mujeres desde pequeñas empiezan a tener contacto con el mundo de las dietas, y las normalizamos a lo largo de nuestra vida hasta tal punto que, llegado el momento, casi toda mujer está a dieta. Bien porque se acerca el verano o simplemente para ejercer ese “control” sobre nuestros cuerpos. No obstante, ¿quien tiene realmente el control sobre el cuerpo de las mujeres?

La sociedad cumple una gran función pedagógica pues espera que toda mujer haga dieta, y  lo vende como la solución a todos nuestros problemas. Es más, la belleza está contextualizada en torno a las dietas y el cuerpo delgado es el que goza del privilegio de vivir mejor a fin de cuentas. 

Por eso, las dietas son el sedante político más potente, porque mientras las mujeres estemos ocupadas cumpliéndolas a raja tabla, no estaremos preocupadas por otras cuestiones. Y lo peor de todo es que esto supone un círculo vicioso, porque el cuerpo ideal y normativo no es del todo alcanzable y mucho menos perdura en el tiempo, sino que tendremos que mantenerlo. Es el cuerpo a cambio de la mente, no podemos ser guapas e inteligentes al mismo tiempo.

Nuestro cuerpo como sinónimo de éxito 

Si el cuerpo delgado es aquel privilegiado, en el caso de las mujeres implica ser respetadas y tener éxito social, económico y/o laboral, y lamentablemente así es, pues con un cuerpo estereotipado nos darán más oportunidades en el ámbito que sea y se nos tomará más en serio

Un cuerpo delgado implica que sabemos controlarnos. Y no sólo eso, sino que tradicionalmente es al hombre a quien se le sirve mayor proporción de comida en el plato, por lo que como mujeres, deberíamos de comer menos.

Naomi Wolf, autora de El mito de la belleza, recoge que las mujeres cuando estaban recluidas en sus casas estaban controladas, pero que cuando dieron el salto a la esfera pública-laboral (un espacio masculino) se recurrió a un nuevo tipo de control social para que no supusieran una amenaza. 

Así, el cuerpo femenino se convirtió en la prisión que había dejado de ser el hogar, pues por mucho que las mujeres hubieran salido de sus hogares y estuvieran en el ámbito laboral, por ejemplo, tendrían algo mucho más importante de lo que preocuparse: su aspecto físico. En esta línea, se impone un ideal de belleza que muestra a una mujer delgada, es decir, débil y casi invisible, pues cuanto más delgada se es menos volumen se ocupa y más desapercibida se pasa. 

No obstante, cuando hemos alcanzado la belleza impuesta hay ocasiones en las que se nos culpabiliza de ello, como por ejemplo de provocar. Además, se ha creado un estereotipo sobre la mujer bella, reduciéndola a una mujer superficial, dependiente y tonta. En este sentido, nos presionan para seguir los estereotipos de género y para que se nos respete, pero a su vez nos denigran por ello.

Sea lo que sea, todo se reduce a que una mujer debe ser delgada, y eso es lo que cuenta por encima de todo. Por ello, ser mujer es pasar hambre.

Iratxe Ortiz Garrote @somospeculiares
Iratxe Ortiz Garrote
Politóloga, agente en igualdad y experta en violencia contra las mujeres.
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