Reencuentro

Una casa pequeña, sin puertas. Una cama vacía más bien grande. Él está de pie, al fondo, esperándola con esa sonrisa que a ella le pone nerviosa y le excita a la par. Hace que le suba una corriente eléctrica desde la espalda hasta la nuca. Se dan dos besos. ¿Quieres algo? "Tu boca" piensa. Una cerveza, por favor.
Hablan un rato, más bien él habla, ella asiente y ríe, pero no sabe muy bien qué le está contando. Sólo piensa en ese cuello, lo mira, lo quiere lamer; le mira a los ojos, sonríe. Él dibuja dos líneas blancas en un CD donde apenas se aprecia el grupo musical. Ella primero. Introduce esa línea por su pequeña nariz, despacio, dejando que pase lentamente, como le gusta. Luego él. Hace lo mismo con su nariz pero él es más rápido, más duro, como le gusta.
Siguen hablando, ella tiene calor, se quita parte de la ropa. Él la observa con los mismos ojos que un niño se asoma al escaparate de una pastelería. Hablan un poco más, y entonces ella se acerca rápidamente a él, se le sube a las piernas; sólo lleva las bragas dejando entrever su redondo culo, que él ya contempló minutos antes.
Sus bocas se juntan con ansia, se besan. Dos lenguas. Se rozan, se acarician. Ella abre los ojos y le observa dos segundos. Él los tiene cerrados. Siguen besándose como si no hubiera un mañana. Porque quizá no lo haya. No quiere pensar en eso. Cuatro manos. Se palpan, se buscan, se soban. 
Él se levanta con ella encima de sus piernas. La tira encima de la cama, se ríen. Le quita las bragas deprisa, está impaciente. Él se desnuda. Ella le contempla. Hacía tiempo que no veía ese torso tan suave y sin vello.
Una boca, una vulva, ella gime, él se esmera. La acaricia, la mima, la roza, la saborea, la absorbe. Dos dedos. Una vagina. Humedad. Un movimiento constante, continuo. Gemidos. Orgasmo. Dos bocas. Dos lenguas. Se comen impacientes, juegan, se hacen de rabiar.
Ella se tumba encima. Una lengua. Kilómetros de piel de terciopelo. Un cuello. Quisiera quedarse ahí para siempre. Al menos por esa noche. La misma lengua. Una clavícula. Jadeos. Un pene. Una mano. Está duro. Rígido. Le saluda derramando un líquido transparente. Lo agarra con firmeza. Una vulva. Se rozan. Se acarician. Una punta se introduce y se queda quieta. Él se muerde el labio inferior. Ella vuelve a sacarla y se ríe. Espera unos segundos. La vuelve a meter. Su vagina va tragando lentamente ese falo duro, como tanto les gusta, muy despacio, dejando que sus entrañas sientan cada centímetro de piel. Dos bocas se precipitan. De un golpe se introduce hasta el fondo. Ambos gimen. Desde fuera se ve un movimiento continuo, acompasado, cada vez más rápido. Dos bocas. Un orgasmo. Ella tiembla y luego ríe.
Dos cuerpos. Mucha piel. Sudor. Suspiros. Jadeos. Besos que roban trocitos del otro. Cuatro manos. Caricias. Palmadas en el culo. Uñas que rasgan espaldas. Ella se sienta y él se pone de rodillas. Un pene. Una boca. Unos labios que besan una cabeza brillante. Sabe a mar, a vida, a intimidad. Una lengua. Recorre el tronco de abajo a arriba. Repasando cada poro de su extensa piel. Una cabeza sube y baja, desciende y vuelve a resurgir. Le come la vida, le saborea, le absorbe, le chupa, le lame. Un gemido. Cada vez más fuerte, cada vez más rápido. Un orgasmo.
De pronto una fuente cálida como de espuma de mar brota por un agujero y resbala al interior de su garganta. Una lengua. Se relame. Dos bocas. Se besan. Cuatro ojos. Se observan. Ambos ríen. Una cama. Dos cuerpos caen a plomo. Respiran. Cogen aire. Un corazón late más rápido de lo habitual. Un cuerpo se mueve. Se viste. Se marcha. De ese corazón salen dos lágrimas. Hasta otro día. O no.
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