Día de la memoria Trans

De entre los muchos ‘Días Internacionales de’ que existen a lo largo del año, siempre hay algunos que nos afectan más o con los que nos sentimos especialmente sensibilizados. Algunos parecen estar más enfocados a la celebración (por ejemplo, el día del orgullo LGBT o los días del padre y de la madre) y otros se encuentran más empañados por el recuerdo y la tristeza. Esto ocurre con el Día contra la Violencia de Género que tendrá lugar a finales de esta semana, pero también con el Día de la Memoria Trans que hemos celebrado el 20 de noviembre. Aunque quizá no es tan conocido como el 25-N, el Día de la Memoria Trans es otra fecha en la que recordamos a las personas que aún deberían estar con nosotros si el mundo fuera un lugar más justo.

El origen de esta conmemoración data de 1998, hace 20 años, con el asesinato de Rita Hester, una mujer trans afroamericana que fue apuñalada 20 veces en el pecho en su propio apartamento. Por desgracia, el caso de Rita Hester sigue sin resolverse a día de hoy, pero su brutal asesinato sirvió de inspiración para que Gwendolyn Ann Smith y otros activistas fundasen en 1999 el Día de la Memoria Trans.

No es un día para celebrar, pero sí es un día para recordar a todas las personas que han sido asesinadas por el mero hecho de ser trans y poner en entredicho el ‘cistema’, la cisnormatividad. Muchas de estas personas fueron perseguidas por luchar para construir un mundo más inclusivo, a todas se les ha arrebatado la vida por atreverse a existir.

El Observatorio de las Personas Trans Asesinadas (TMM por sus siglas en inglés) lleva desde 2008 un registro del número de homicidios a personas trans en todo el mundo. En el último año la cifra asciende 369, 44 más que en 2017 y 74 más que en 2016. Parece que la violencia no deja de aumentar. El número total de muertes en los 10 años transcurridos desde que se creó el TMM llega a la friolera de 2982 (casi tres mil personas asesinadas, que se dice pronto).

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Y aquí no acaba la tragedia, porque el propio TMM admite que este cálculo es muy inferior a los asesinatos totales que tienen lugar en todo el mundo, ya que se basan únicamente en los informes confirmados y aún existen países en los que no encontramos registros de estos crímenes, y otros muchos casos en los que a la víctima se la registra con su nombre de nacimiento y el sexo equivocado, sin indicar que se trata de una persona trans. Ni siquiera tras su muerte se respeta su identidad.

Aunque los países donde el número de homicidios es mayor son Brasil, México y Estados Unidos, no tenemos que irnos muy lejos para encontrar actos similares. Sin ir más lejos, el 24 de septiembre de 2018 en Valladolid murió Ely, una mujer de 55 años que había recibido una paliza de un menor de tan solo 15 años. Como si los hechos no fueran ya suficientemente infames por sí mismos, la prensa dio un tratamiento pésimo a la noticia, refiriéndose a Ely como ‘hombre’ y en algunos casos incluso ‘hombre vestido de mujer’ u ‘hombre homosexual’. El asesinato y su horrible trato mediático evidencian de nuevo lo necesario que es educar a la sociedad sobre diversidad sexual.

Tampoco podemos olvidar en un día como éste a las personas que, sin ser asesinadas, han acabado suicidándose a causa de la violencia de la que eran víctimas en su vida diaria, y a todas aquellas que aún sufren a día de hoy delitos de odio, bullyng, transfobia, etc.

No es difícil coincidir en que un asesinato es algo abominable (y tres mil asesinatos algo para lo que no existen palabras), pero es necesario recordar que el asesinato y las agresiones son sólo el último peldaño en una escalera de violencia. La transfobia es violencia, y no necesitamos más muertes para percibirlo porque, incluso en nuestro país, la vemos a diario si sabemos mirar bien: cada vez que a una persona trans se la obliga a ir a los baños del sexo opuesto. Cada vez que a un menor se le niega elegir un nombre acorde con su género. Cada vez que no se respeta la identidad de los demás, o se pone en duda. Cada vez que una persona trans es discriminada laboralmente (viéndose algunas de ellas empujadas al trabajo sexual). O simplemente cada vez que alguien es testigo de alguno de estos comportamientos sin hacer nada al respecto o tender una mano amiga. En todas estas situaciones, estamos perpetuando el sistema que ha permitido que a tres mil personas trans se les asesine por el mero hecho de serlo.

No dejemos que esto siga ocurriendo. Por todas las personas que han perdido la vida a manos de la transfobia, esforcémonos en ser parte de la solución y no del problema.

Laura Marcilla Jiménez @somospeculiares

LAURA MARCILLA

Psicóloga, sexóloga con especialidad en clínica y educación sexual.
Doctorada por la Universidad de Almería.
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