El inicio del curso escolar está a la vuelta de la esquina y todavía son muchos los aspectos que no se han aclarado del todo sobre cómo se llevará a cabo este intento de vuelta a la rutina. Entendiendo que la salud es lo primero (o debería serlo) y que hay muchas medidas urgentes que tomar, me preocupa que, como en muchas otras ocasiones, lo urgente no deje tiempo para lo importante.
Porque sí, la educación sexual también es imprescindible para la salud, salud a todos los niveles, salud más allá de la ausencia de enfermedad. Siendo ya una asignatura que apenas llegaba al “aprobado” en nuestro país, me preocupa seriamente qué va a ser de ella ahora que aparecen más obstáculos en el horizonte.
No me cabe la más mínima duda de que las personas que nos dedicamos a la educación sexual estamos dispuestas a reinventarnos una y mil veces para adaptar nuestros proyectos a las nuevas necesidades. De hecho, desde el Instituto Andaluz de la Juventud ya se están reorganizando programas tan relevantes como el Formajoven para poder realizarlos de manera online y me consta que en otras muchas instituciones también están dando pasos en esta dirección.
Sin duda es todo un reto cambiar a este modelo de trabajo, especialmente en una materia donde las dinámicas, el debate en grupo, la participación y la tónica general requieren tanta cercanía, conexión e intimidad para ser exitosas. Creo que, en general, las pantallas no pueden sustituir al 100% el efecto de la educación “tradicional”, que la presencialidad ofrece un valor añadido que se pierde en parte cuando la cambiamos por sucedáneos.
No obstante, si a medio plazo es necesario tirar de creatividad y diseñar nuevas formas de hacer educación sexual, no faltarán personas decididas a hacerlo. La ausencia de educación sexual no se ha debido precisamente a la ausencia de profesionales con capacidad y ganas de llevarla a cabo. Pero espero sinceramente que tener que prescindir ahora de la presencialidad no sirva en un futuro (más bien cercano) como pretexto para prescindir de la educación sexual en su conjunto.
Por intentar ver también la parte medio llena del vaso, estos nuevos modelos de formación a distancia podrían suponer un aliciente para impulsar la educación sexual en algunos sectores. Es posible que realizar los talleres ahora conlleve menos gastos (menos desplazamientos, menos materiales de trabajo, etc.) y quizá sería la ocasión ideal para inyectar presupuesto a este tipo de actuaciones y llegar a más personas que nunca.
De la misma forma, podremos alcanzar poblaciones más alejadas o reunir a grupos que compartan intereses por temas en concreto, aunque no compartan espacio físico. ¿No decían que “crisis”, además de “problema”, también significa “oportunidad”? Pues podemos, si nos dejan, exprimir esta oportunidad de repensar la educación sexual, de ampliarla, de mejorarla.
Que la concienciación sobre el uso de las mascarillas no desplace a la también necesaria concienciación sobre el uso del preservativo. Y sobre el respeto a la diversidad sexual. Y contra la violencia de género. Y sobre tantos otros temas que siguen requiriendo nuestra atención... Porque ni las ITS, ni el machismo, ni la LGBTfobia se quedan en cuarentena por culpa del coronavirus, así que no dejemos de invertir en la única vacuna que existe contra ellos: la educación.
