Del Sexo y sus diferencias: identificando lo masculino y lo femenino

“¿Qué es lo masculino y qué es lo femenino? ¿Qué es lo ándrico y qué lo gínico? Sin sexos no hay sexo, aunque del sexo emanaran los sexos”
Rubén Olveira Araujo

26 de febrero de 2018

Hubo un tiempo en el que se creía que los hombres venían de Marte y las mujeres de Venus. Ellos, con lanza y escudo. Ellas, con adornos y espejos. Así se pensaba que era su origen, su configuración y su sino. Han transcurrido siglos desde entonces y los humanos todavía estamos lejos de alcanzar tales cuerpos celestiales, pero las sondas parecen informar de que ni todos los marcianos son tan marcianos ni todas las venusinas tan venusinas. Es decir, también hay marcianos venusiastas y venusinas un tanto marcianas. El firmamento ya no nos sirve como referencia. Lo terrenal es, pues, nuestro último sustento. ¿Pero dónde queda entonces lo masculino y dónde lo femenino? ¿Dónde lo ándrico y dónde lo gínico? ¿Dónde los sexos y su sentido?

 

Vivimos en una sociedad cuyo imaginario se basa en el dualismo antitético heleno, en las disyunciones entre polos opuestos. También en una época de posverdad, en la que las creencias personales tienen más peso que la evidencia científica; en la que las etiquetas se diluyen en un océano de superficialidad. En un mundo en el que los derechos –que emanan de lo cultural– se superponen a los hechos –culturales, sí, pero también biológicos–; en el que existe un gran desprecio por el conocimiento de cómo las cosas son, pero una gran magnificencia por las vindicaciones de cómo las cosas deberían ser. Y no nos engañemos: el poder ni tiene la verdad ni la busca mediante la razón, pero la construye a golpes y legislación.

 

Hay quien dice que el sexo es un constructo social –una invención sobre algo que no tiene consistencia previa– o un estereotipo –una generalización errónea–. Pero el sexo no es una construcción social ni un estereotipo, aunque hayamos creado estereotipos y construcciones sociales sobre él. O dicho de otra forma: hay un hecho del que se han hecho construcciones sociales y estereotipos, pero sobre todo hay un hecho –valga la redundancia–.

 

"El sexo no es una construcción social ni un estereotipo, aunque hayamos creado estereotipos y construcciones sociales sobre él" 

 

A día de hoy, la mayor parte de la sociedad occidental entiende el sexo como genitales. Más aún, como algo que se hace con los genitales. O por qué no ir todavía más allá, como algo que se hace con los genitales para generar –consciente o inconscientemente– una nueva generación. Y por supuesto, todo lo que no genera, todo aquello que escapa del coito con eyaculación intravaginal, degenera: ya sean prácticas aconceptivas, orientaciones sexuales del deseo erótico potencialmente no conceptivas, etc. A este modo de entender el sexo, a este marco de comprensión que reduce hasta la banalidad el amplio significado de la clave epistemológica Sex y que a día de hoy se encuentra presente en la mayor parte de las ramas del saber, se le denomina como paradigma del Genus y sí, se trata de una construcción social.

Por el contrario, desde la Sexología se comprende el sexo como diferencia.  Más aún, como algo que produce diferencias. O por qué no ir todavía más allá, como algo que produce diferencias para especializarnos –intersexualmente– y clasificarnos –dimórficamente–. Y por supuesto, por ser diferentes, por el hecho de ser hombres y mujeres –machos y hembras–, anhelamos el encuentro entre los sexos: ya sea de carácter erótico, por motivos hedónicos, etc. O dicho de otro modo: el sexo se tiene y el sexo se hace, pero principalmente se es. ¿Y qué se es? Diferente. Al fin y al cabo, el término sexo proviene del latín, del verbo sexare, que aludía a la acción de partir, de separar, de seccionar… De diferenciar.

A esta manera de entender el sexo, a este marco epistemológico que contempla la complejidad del significado del Sex y que ensalza su condición sinérgica, se le denomina paradigma del Sexus. Un paradigma que concibe el mismo como una condición multifactorial presente al menos en los dominios de lo biológico, lo psicológico y lo cultural y que se basa principalmente en el proceso de diferenciación sexual –o sexuación–; es decir, en el desarrollo de caracteres sexuales masculinos y femeninos. Y he aquí de nuevo el quid de la cuestión: ¿Qué es lo masculino y qué es lo femenino? ¿Qué es lo ándrico y qué lo gínico? Porque sin sexos no hay sexo, aunque del sexo emanaran los sexos.

 

"El sexo se tiene y el sexo se hace, pero principalmente se es. ¿Y qué se es? Diferente" 

 

Quienes aseguran que el primero es únicamente un constructo social dicen lo mismo de los segundos. Para ello, fundamentan su concepción del sexo en que la socialización diferenciada es la que genera las diferencias –incluso las desigualdades– entre los sexos, reducidos a géneros y, porque no ir más allá, a estereotipos genéricos a prevenir y combatir. Sin embargo, ha de tenerse en cuenta que un estereotipo es simplemente una preconcepción generalizada que consiste en presumir ciertos atributos, características o cualidades –en el caso que nos ocupa, por razón de sexo–. Por tanto, que algo sea estereotipado poco dice de su veracidad o de su falsedad, porque un estereotipo solamente dice lo que dice: que tal o cual presunción se trata de una preconcepción generalizada con mayor o menor garbo.

Por supuesto, estas preconcepciones generalizadas pueden tener diferentes orígenes, desde los prejuicios a la estadística. En tanto que lo que se trata es de buscar qué es lo típicamente masculino y qué lo típicamente femenino a través de la ciencia –digamos que amoral– y no de la moral –digamos que acientífica–, a priori parece más sensato alejarnos de la primera y acercarnos a la segunda. Más aun cuando la estadística se ha convertido a día de hoy en una disciplina que se utiliza para comprobar y avalar diferentes tesis desde un punto de vista científico. ¿Por qué entonces no usarlo para cuantificar hasta qué punto un estereotipo es acertado o desacertado? O incluso, yendo más allá, ¿para definir qué es lo masculino y qué lo femenino?

Un estereotipo avalado por la estadística sería indicar que la mayoría de los niños tienen pene y la mayoría de las niñas tienen vulva. Sin embargo, no hay que olvidar que también hay niñas con pene y niños con vulva. Concretamente, según los datos que ofrece Mary Ann Horton (2008), 1 de cada 1.000 neonatos nace en lo que a día de hoy se denomina en situación de transexualidad; es decir, en el que el sexo sentido desde dentro –la identidad sexual– no concuerda con el sexo prescrito desde fuera –el DNI–. ¿Estas excepciones desestiman la regla estadística de que la mayoría de los niños tienen pene y la mayoría de las niñas tienen vulva? Todo lo contrario: confirma la veracidad del estereotipo. Mas sí que incitan a (re)plantearse que aunque los genitales se traten de un buen predictor de la identidad sexual, sean por sí solos un mal descriptor de la misma y aún un peor prescriptor.

 

"Un estereotipo avalado por la estadística sería indicar que la mayoría de los niños tienen pene y la mayoría de las niñas tienen vulva. Sin embargo, no hay que olvidar que también hay niñas con pene y niños con vulva" 

 

Otro estereotipo avalado por la estadística sería afirmar que la mayoría de las mujeres se dedican a barrer sus hogares. Sin embargo, no hay que olvidar que también hay hombres que barren. Concretamente, según los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), en 2017 el 19,8% de los hombres del Estado español limpiaban casi siempre ellos solos la casa. ¿Estas excepciones desestiman la regla estadística de que la mayoría de las mujeres son quienes se dedican a barrer los hogares? Todo lo contrario: confirma la veracidad del estereotipo. Mas sí que incitan a (re)plantearse que aunque la identidad sexual se trate de un buen predictor de los roles que se asumen, sea por sí sola un mal descriptor de los mismos y aún un peor prescriptor.

Los dos estereotipos mencionados están avalados por la estadística, luego científicamente ambos tienen altas probabilidades de ser ciertos en un contexto concreto y, en este caso, ambos son acertados a día de hoy. Sin embargo, ¿se podría extrapolar de ellos alguna diferencia sexual? Pocas dudas habría en el caso de los genitales, ¿pero y en el de barrer? ¿Habría que considerar barrer una característica sexual femenina en base a la estadística? Ciertamente resulta chocante, porque lo es.

De esta manera, hemos descartado tanto las construcciones sociales como los estereotipos –y por el camino, la estadística– como los factores que dan esencia ontológicamente a lo masculino y a lo femenino, si bien se han creado construcciones sociales y estereotipos –basados o no en la estadística– que epistemológicamente dotan de diferentes significados a los conceptos masculino y femenino. ¿Qué hecho es entonces del todo incontrovertible para saber que algo es masculino o es femenino?

 

"¿Estas excepciones desestiman la regla estadística de que la mayoría de las mujeres son quienes se dedican a barrer los hogares? Todo lo contrario: confirma la veracidad del estereotipo" 

 

Para poder responder adecuadamente esta pregunta primero es necesario deconstruir dos preconcepciones ampliamente generalizadas en la sociedad occidental. La primera es la supuesta dicotomía animal/humano –supuesta, porque no es cierta–. Las dicotomías son aquellas divisiones en las que se presume la existencia de la partícula o; es decir, son disyunciones donde se tiene que elegir una cosa o la otra, pero no las dos. Pero además esto tiene una lectura más profunda, dado que cuando hay cualquier prueba de que algo es de una manera, automáticamente niega que pueda ser de otra. O dicho de otro modo: cuando hay una disyunción se puede negar explícitamente una cosa afirmando implícitamente la otra, al tiempo afirmar explícitamente una cosa negando implícitamente otra.

En el caso del binomio animal/humano, se presume que ocurre lo mismo que con las categorías verdadero/falso: del mismo modo que algo no puede ser verdadero y falso a la vez –dado que si es verdadero no puede ser falso y si es falso no puede ser verdadero–, algo tampoco puede ser animal y humano al mismo tiempo –dado que si es animal no puede ser humano y si es humano no puede ser animal–. Es más, nuestros antepasados de la Antigua Grecia diferenciaban no solo dos, sino tres instancias: dios/humano/animal. Mientras que cualquier característica que hiciera alusión a lo primero era social y personalmente deseable, cualquier propiedad que recordara a lo tercero era despreciable, estando en el medio lo humano: ni divinos ni mundanos, sino una mezcla de ambos.

Hubo que esperar siglos y más siglos hasta que Nietzsche destruyera a Dios y Darwin a los humanos, destapando la falsedad de la disyunción del trinomio dios/humano/animal de entonces y el binomio animal/humano de ahora. ¿Por qué? Porque no se trata de elementos disyuntivos, sino conjuntivos. Lo cual significa varias cosas. Para empezar, que parten de la partícula y. Pero sobre todo, que cualquier pista de que algo sea de una manera no implica que no pueda ser también de otra, y viceversa. Es decir: todo lo humano es animal, pero no todo lo animal es humano, porque lo humano es una categoría concreta de lo animal que llegó después.

 

"Todo lo humano es animal, pero no todo lo animal es humano, porque lo humano es una categoría concreta de lo animal que llegó después" 

 

Lo mismo sucede con la segunda preconcepción: la supuesta dicotomía biológico/cultural –supuesta, porque tampoco es cierta–. Al igual que el binomio animal/humano, se trata de una conjunción en vez de una disyunción, por lo que todo lo cultural es biológico, pero no todo lo biológico es cultural, dado que la Cultura es una categoría concreta de la Biología que llegó después. ¿Por qué todo es Biología? Porque la Cultura es una construcción del cerebro humano y el cerebro humano es una construcción de la evolución biológica, de esa larguísima historia que tenemos como humanos, como mamíferos, como animales, como células, y un largo etc.

Esto significa que la Cultura es lo que muchos cerebros humanos han sido capaces de construir y, por tanto, está sometida a las propias limitaciones que tiene el cerebro humano. O dicho de otra forma: no se puede producir más cultura que la que el cerebro humano sea capaz de construir –salvo que el transhumanismo nos convierta a todos en cíborgs–. Por ejemplo, se inventarán idiomas que hoy no existen y se harán llamar hechos culturales, pero según Chomsky todos son variaciones y dialectos del mentalés, la única lengua que es capaz de comprender y desarrollar el cerebro humano. Y todo esto no tiene ninguna disyunción, sino muchas conjunciones.

Al igual que los binomios animal/humano y biología/cultura, las categorías masculino/femenino tampoco conforman una disyunción; pero a diferencia de los anteriores, donde uno es un subconjunto de un conjunto –lo humano de lo animal y lo cultural de lo biológico–, lo masculino y lo femenino son momentos de un segmento polar. Es decir, son un continuo.

 

"Lo mismo sucede con la supuesta dicotomía biológico/cultural: todo lo cultural es biológico, pero no todo lo biológico es cultural, dado que la Cultura es una categoría concreta de la Biología que llegó después" 

 

Desde un punto de vista evolutivo, una respuesta válida a qué hecho es del todo incontrovertible de ser calificado como masculino es ser productor diversidad. Al fin y al cabo, la vida es femenina por naturaleza: antes de que la Evolución apostara por la diversidad creando el primer macho y, con él, el sexo, bios ya había generado una protohembra con la que funcionaba mediante la reproducción –asexual–.

¿Esto sigue siendo verdad? Lo fue hace aproximadamente 300 millones de años, pero no ahora, dado que el sexo ha ido evolucionando durante esa parte de la historia de la vida en el que ha estado presente. ¿Y ahora qué es entonces lo típicamente masculino y lo típicamente femenino? ¿Qué hecho es del todo incontrovertible para saber que algo es ándrico o es gínico?

Una respuesta serían las hormonas sexuantes: cualquier cosa que esté sometida a la influencia de andrógenos –como la testosterona– es legítimo etiquetarla como masculina, del mismo modo que cualquier cosa que esté sometida a la influencia de ginógenos –como el estrógeno– es legítima llamarla femenina. Aunque este asunto es mucho más complejo –dado que influyen, entre otras cuestiones, desde el balance entre los andrógenos y los ginógenos a la aromatización, que convierte por arte de (al)química los unos en los otros y los otros en los unos–, esta respuesta comenzaría a arrojar algo de luz a la razón de ser de este artículo.

 

"Una respuesta serían las hormonas sexuantes: cualquier cosa que esté sometida a la influencia de andrógenos –como la testosterona– es legítimo etiquetarla como masculina, del mismo modo que cualquier cosa que esté sometida a la influencia de ginógenos –como el estrógeno– es legítima llamarla femenina" 

 

Tomando esta tesis como base, la empatía es un carácter sexual femenino, porque se pierde poniendo andrógeno y se gana introduciendo ginógeno. Luego la empatía no es solo un resultante hormonal, pero también está influido hormonalmente. Es más, si se introduce una gran cantidad de andrógenos en las estructuras cerebrales responsables de la empatía se puede convertir en un trastorno del espectro del autismo. Y a este hilo, el autismo es un trastorno típicamente masculino, porque se produce quitando ginógeno y poniendo andrógeno. Prueba de ello es que nueve de cada diez personas con un trastorno del espectro del autismo son hombres, según los estudios de Katya Rubia (2007).

Pero existen miles de ejemplos más: la identidad sexual, el volumen muscular, la densidad capilar, la longitud ósea, la estructura corporal, el tratamiento y almacenamiento de grasas, el vello corporal y facial, las características epidérmicas, el timbre de voz, las diferencias metabólicas y fisiológicas, la respuesta inmune, la psico-motricidad, la habilidad espacial, la percepción sensorial, la competitividad, la agresividad, la orientación sexual del deseo erótico y un largo etcétera.

Si buscáramos el ejemplo más típico de la feminidad tendríamos que recurrir a aquellas mujeres con Síndrome de Insensibilidad Absoluta a los Andrógenos (SIA), porque no tienen ni una sola influencia androgénica. Siempre son egogínicas –son y se sienten mujeres–, también eroménicas –desean ser deseadas–, apenas tienen bello corporal, etc. Y, aunque resulte paradójico, la característica de estas mujeres es que son XY; tienen una genética típicamente masculina. Por tanto, incluso en los extremos se cumple la teoría de la intersexualidad, porque aunque no sean nada masculinas endocrinamente hablando, sí lo son genéticamente.

 

"Otra respuesta sería la genética. Aunque las hormonas son el agente sexuante principal en el proceso de la diferenciación sexual mamífera, la genética es la que da lugar al primer carácter sexual: el genotipo"

 

Precisamente, otra respuesta sería la genética. Aunque las hormonas son el agente sexuante principal en el proceso de la diferenciación sexual mamífera, la genética es la que da lugar al primer carácter sexual: el genotipo. Sin entrar en síndromes, resumámoslo en que este puede ser XX –femenino– o XY –masculino–. Pero concretemos –aunque también sintetizando mucho– que de la presencia funcional del gen SRY del cariotipo XY dependerá el comienzo de la diferenciación testicular, dado que en su ausencia o disfuncionalidad se pondrá en marcha la diferenciación ovárica –porque la vida, tal y como se ha señalado antes, es femenina por naturaleza–.

Este último hecho es fundamental, dado que condicionará indirectamente el desarrollo del resto de caracteres sexuales en la medida que las gónadas son la primera fábrica endocrina y también la principal durante toda la biografía humana –salvo excepciones, como la extirpación de las mismas–. Sin embargo, más allá de poner en marcha el mecanismo endocrino del cuerpo humano, la genética también influye directamente en el desarrollo de algunos caracteres sexuales.

Un ejemplo claro es la longitud ósea: un cariotipo masculino –XY– predispone el desarrollo de unos huesos más largos que uno femenino –XX–. De ahí que los hombres tiendan a ser más altos que las mujeres y que aquellas con Síndrome de Insensibilidad Absoluta a los Andrógenos –aunque no hayan desarrollado todo su potencial por falta de materia prima androgénica– también destaquen en altura entre su sexo.

 

"Aunque la cuestión endocrina suela llevarse casi todos los titulares de la diferenciación sexual, esto no niega el importante papel condicionante de lo cultural"

 

Tanto las hormonas sexuantes como la genética son condicionantes biológicos –con mayor o menor influencia cultural–. Pero aunque la cuestión endocrina suela llevarse casi todos los titulares de la diferenciación sexual, esto no niega el importante papel condicionante de lo cultural –sin olvidarnos por el camino de la amplia influencia biológica de la que emanan–. Teniendo en cuenta lo anteriormente mencionado, no es de extrañar que aún nos quede por lo menos un tercer conjunto de agentes sexuantes por añadir: los condicionantes psíquicos y sociales.

Estos dos factores tienen en común que ambos actúan sobre el mismo objeto y que ambos son actuados por el mismo sujeto; es decir, ambos interactúan con el cerebro. Aunque este viene preformateado de manera innata –o prenatal, si se prefiere–, varias áreas del mismo tienden a la plasticidad para adaptarse al ambiente posnatal. De esta manera, emoción, conducta y cognición –ya fueran motivadas por el hardware biológico, el interfaz psicológico o el software cultural, aunque sería más honesto decir que por la interacción entre los tres al mismo tiempo– también ejercen acciones que nos diferenciarán sexualmente.

Un ejemplo actual sería el baloncesto. Cada vez que en una cancha una pelota pasa de arriba hacia abajo por una aro metálico sujeto horizontalmente a un tablero vertical del que pende una red tubular sin fondo, infinidad de aficionados, en virtud de sus procesos simbólicos de identidad e identificación, estallan en un tumulto eufórico que produce secreciones masivas de determinados neurotransmisores y hormonas. Además, la tensión agresiva del partido –dado que como la mayor parte de los deportes, el baloncesto es simbólicamente una guerra entre mi bando y el bando rival– activa todos los mecanismos de la competitividad, el combate y la fiereza. Con lo uno y con lo otro, a través de la euforia y del combate simbólico, se disparan los niveles de producción androgénica, propiciando así la masculinización de ciertas regiones cerebrales, ya sea de manera temporal –por activación– o, menos probable, per secula seculorum –por  organización–.

 

"Llegados a este punto, tarde o temprano tiende a asaltarnos un doble interrogante: ¿Tener más caracteres sexuales masculinos o masculinizados implica ser más masculino?"

 

Llegados a este punto, tarde o temprano tiende a asaltarnos un doble interrogante: ¿Tener más caracteres sexuales masculinos o masculinizados implica ser más masculino? ¿Tener más caracteres sexuales femeninos o feminizados implica ser más femenina? O dicho de otro modo: ¿Un hombre con pelo en el pecho es más hombre que uno sin vello? ¿Una mujer con dos ovarios es más mujer que una con dos huevos?

Ciertamente, esta inquietante doble pregunta –que es doble porque hace referencia a dos ideas diferentes y diferenciables y no porque para su formulación se hayan utilizado dos interrogantes– posee a su vez una doble respuesta. Si se entienden lo masculino y lo femenino como aquellos conjuntos de caracteres sexuales resultantes de la acción diferenciadora del sexo que esencialmente solo existen en relación –es decir, que lo masculino sin lo femenino y lo femenino sin lo masculino tienen el mismo (sin)sentido que el norte sin el sur y el sur sin el norte o arriba sin abajo y abajo sin arriba–, la respuesta es sí, lógicamente. Pero en cambio, si se entiende la masculinidad y la feminidad no solo como la forma, sino principalmente como la percepción de vivirse como el hombre o la mujer que se es, respectivamente, la respuesta es un no rotundo.

Estas respuestas contradictorias resultantes de una deducción correcta a partir de premisas congruentes son fruto de la doble lectura que plantea la formulación de este interrogante. Es decir, se trata de una pregunta trampa que entrampa la respuesta: de una paradoja. Por tanto, como cualquier otra paradoja, esta solo puede ser resuelta replanteándola desde fuera y separando estrictamente los niveles lógicos de la misma, según la Teoría de los Tipos Lógicos.

 

"Las definiciones paradójicas de las palabras masculino y femenino son las que producen tal antinomia semántica. La forma de resolverla consistiría, pues, en dotar a cada de definición de un término exclusivo y excluyente"

 

En el caso que nos atañe, las definiciones paradójicas de las palabras masculino y femenino son las que producen tal antinomia semántica. La forma de resolverla consistiría, pues, en dotar a cada de definición de un término exclusivo y excluyente. En la Sexología Sustantiva esto se logra a través de las palabras ándrico y gínico. Mientras que las primeras –masculino y femenino– se utilizan para referirse a la percepción de vivirse como el hombre o la mujer que se es, las segundas –ándrico y gínico– se reservan para hacer mención al conjunto de caracteres sexuales típicamente de los machos y al conjunto de caracteres sexuales típicamente de las hembras. Sin embargo, siendo sinceros, poco resuelve esta resolución, pues aunque etimológicamente las primeras provengan del latín y las segundas del griego, semánticamente se hace referencia a los mismos conceptos: lo relativo al hombre y lo relativo a la mujer.

Honestamente, este asunto de la masculinidad y la feminidad –es decir, de la sexualidad entendida como la forma pero sobre todo como la percepción de vivirse como el hombre o la mujer que se es–, por su desafiante complejidad, se merece un artículo exclusivo y en profundidad y no unas tristes líneas robadas en las postrimerías de uno condenado a terminar. Como excusa inexcusable solo puedo prometer que llegará.

Fuere como fuere, se dice –y es enteramente cierto– que las diferencias sexuales dentro de cada uno de los sexos son tantas como las diferencias sexuales entre ambos sexos. No obstante, se ha usado esta evidencia –que es innegable– para negar la propia existencia de la acción diferenciadora del sexo e incluso la propia existencia de dos sexos en la especie humana: para negar lo ándrico y lo gínico. Ahora bien, este hecho indudable –la intersexualidad universal de los sujetos sexuados– no niega el sexo como agente diferenciador ni niega la existencia de dos sexos diferentes y diferenciables. Mas lo que sí niega es una antigua idea que aún está presente en la ciencia: el dimorfismo; es decir, aquella tesis que parte de que hay dos grupos sexuales homogéneos que son diferentes entre sí.

 

"La intersexualidad universal de los sujetos sexuados no niega el sexo como agente diferenciador ni niega la existencia de dos sexos diferentes y diferenciables; mas lo que sí niega es una antigua idea que aún está presente en la ciencia: el dimorfismo"

 

Dicho lo cual –y regresando a los ejemplos estereotípicos citados anteriormente–, se puede afirmar a ciencia cierta y sobre una sólida base que los  genitales se diferencian sexualmente. Es más, se puede reafirmar y confirmar que el pene es una característica sexual masculina –ándrica– y la vulva una característica sexual femenina –gínica–, en la medida que su desarrollo está condicionado al menos por las hormonas sexuantes –por la influencia de la testosterona y hormona antimulleriana, en el caso del primero, y por la carencia de ellas, en el caso de la segunda–. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de barrer, dado que ni el sistema endocrino, ni la genética ni el cerebro predisponen un sesgo sexual hacia la acción de barrer. Ahora bien, que barrer no sea una característica sexuada no implica que no existan diferencias sexuales en lo que a la forma de barrer se refiere. O dicho de otro modo: hay una forma masculina de barrer y una forma femenina de barrer, aunque barrer de por sí no sea ni masculino ni femenino.

En definitiva, conducta, emoción, simbolismo, ambiente, feromona, sistema inmune, sistema endocrino, sistema nervioso… Todos ellos conforman unas interacciones complejas que tienen capacidades sexuantes. Por supuesto, esta no es una respuesta definitiva. Para empezar, porque en la Ciencia no hay nada definitivo. Pero sobre todo, porque todavía no alcanzamos a comprender gran parte de todos los agentes sexuantes que dotan de esencia a los sexos. Mas si la Ciencia avanza no es tanto por sus respuestas como por sus preguntas, por lo que espero que este artículo suscite más preguntas que respuestas.

Periodista de profesión, sexólogo de vocación e investigador en formación
Especializado en TRICs, sexualidad y diversidad sexual
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