La tendencia actual parece mostrar que la patologización de la vida cotidiana está de moda. Hemos interiorizado la presencia de los diagnósticos en nuestras vidas, aquellos que son capaces de describir cada comportamiento cotidiano y enjuiciarlo. Es sabido el poder que tienen los diagnósticos en nuestras vidas. Una sola idea, una palabra, una etiqueta, te puede condicionar toda tu vida. Son como moscas que te persiguen a lo largo de tu camino y aunque intentes espantarlas, no se van. Y cómo no, nuestro terreno no se libra de tales crímenes.
El DSM, manual de diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, se ha encargado también de realizar diagnósticos en torno a los deseos, prácticas y capacidades convirtiéndolos en parafilias, disfunciones y perversiones. Como dijo Rubin (1989); “El DSM viene a ser un mapa bastante fiable de la jerarquía moral de las actividades sexuales”, así que conocerlo nos ayuda a entender(nos). Lo que se pretende con este libro de celdas es regular el deseo y estandarizar el placer, marcar una línea rígida y gruesa entre lo que está permitido y lo que no.
Estas líneas invisibles penetran hasta el fondo de nuestras creencias e influyen en nuestra visión del mundo, nos convertimos en juezas y/o curas –a veces me cuesta distinguirlos–. Hemos dejado que este manual y sus mesías nos digan cómo hay que ser, sentir, hacer, pensar, desear… y nos lo hemos creído. Mezclamos deseos con actos, actos con crímenes, crímenes con enfermedades.
“Mezclamos deseos con actos, actos con crímenes, crímenes con enfermedades”
Muchos colectivos, movimientos sociales, críticas del pensamiento y un largo etcétera, conscientes de las repercusiones de estas cárceles identitarias, han comenzado a reclamar un proceso de despatoligización. La patologización no nos ha traído más que represión, aislamiento, exclusión, desconocimiento, miedo, soledad, incomprensión… y esta es la verdadera razón del malestar de tantas mujeres, hombres, niñas, niños… Todas las que se han quedado fuera de esa línea están condenadas a modificar(se), defender(se), culpabilizar(se), adaptar(se).
Ahora estamos nombrando a muchas que se han quedado fuera, las mencionamos y hacemos que existan, como la homosexualidad, el lesbianismo, la transexualidad. Nos hemos apropiado de muchas etiquetas que nos condenaban para reafirmarnos en quienes somos. Pero por desgracia sigue habiendo muchas más patologías que siguen siéndolo en el imaginario colectivo. Seguimos manteniendo esas líneas rojas, marginando peculiaridades, desautorizando deseos, invisibilizando realidades.
“Seguimos manteniendo esas líneas rojas, marginando peculiaridades, desautorizando deseos, invisibilizando realidades”
Nuestros dilemas morales nos calan por dentro y, aunque parece que para algunas realidades estamos más abiertas a la comprensión y al saber, sigue habiendo puertas que ni siquiera queremos saber de su existencia y mucho menos que estén entreabiertas para ver qué hay detrás de ellas. Aquí es donde nos encontramos con un dilema.
Si estoy a favor de la despatologización, ¿lo estoy para sólo algunos o para todos? ¿Dónde pongo la línea roja? ¿Tiene que haber línea roja? ¿Qué pasa con los llamados viejos verdes? ¿Tengo que dejar que un vouyeur disfrute mirándome? Tengo la impresión de que sabemos muy bien lo que NO queremos, pero no tenemos ni idea de lo que SÍ queremos y cómo lo queremos.
¿Dónde pongo la línea roja? ¿Tiene que haber línea roja? ¿Qué pasa con los llamados viejos verdes? ¿Tengo que dejar que un vouyeur disfrute mirándome?
Lo que sí sabemos es que los métodos empleados para controlar los deseos no son efectivos porque no consiguen cambiar la naturaleza de los mismos; solo sirven para reprimir, para limitar su puesta en escena. Los deseos no son condenables ni patologizables: tienen su lógica, son cambiantes y altamente variados. Probemos a conocerlos y hablar de ellos, porque hacer como si no existieran no hace que desaparezcan. Para ello es necesario dejar de mencionar solo algunos de ellos como los legítimos, sanos, naturales, normales… Podemos mencionar, nombrar los deseos y hacer que existan y convivir con ellos. La convivencia no se basa en la exclusión.