Al parecer, mentes más cabales que la nuestra lo han considerado una paradoja análoga al dilema sobre el origen de la vida y el universo. Pero por suerte para ellos y para todos los curiosos del mundo, hemos encontrado la respuesta definitiva: el huevo llegó antes que la gallina. Seguramente, alguien podría argüir: Pero Aristóteles dice que lo actual es siempre anterior a lo potencial. Y así es. Sin embargo, Aristóteles no manejaba el paradigma clave para resolver una paradoja que los filósofos han elevado a la metafísica: la evolución.
Según la Biología Evolutiva, los primeros animales vivieron en los océanos ancestrales del planeta azul hará unos 540 millones de años. No fue hasta unos 240 millones de años más tarde cuando algunos de esos peces se atrevieron a salir de su zona de confort y vivir como anfibios –vida terrestre y procreación acuática– y, más adelante aún, como reptiles –vida y procreación terrestre–. Es precisamente en este momento cuando la evolución se ve en la tesitura de dar con algo que permitiera al embrión desarrollarse en un medio líquido en un entorno que no lo es. Y he aquí el origen del huevo.
El huevo reptil
Como solución a la dificultad procreativa que suponía la expansión a los dominios de lo terrestre, la evolución optó por la fecundación interna. Para ello, fue necesaria la creación de una membrana extra-embrionaria que recubriera al embrión, membrana más conocida como cáscara de huevo en el caso de los animales ovíparos. De esta manera, queda demostrado que, evolutivamente al menos, el huevo fue antes que la gallina, pues todavía no había aves cuando la evolución inventó el huevo reptil.