Mini relatos

LLÉNAME DE RECUERDOS

Me desperté tras un sueño profundo y placido, de esos que no había tenido desde hace siglos, ya ni recordaba cuándo fue la última vez que había descansado igual. Gemí de gusto aún con los ojos cerraos al acariciar las sábanas de seda que luchaban por salirse del colchón bajo la almohada. Fue entonces cuando me topé con aquel trozo de papel pequeño, doblado por la mitad. Abrí los ojos de golpe y conecté con el espacio y el lugar en el que me encontraba.

Aún olía a él, a su inconfundible perfume mezclado con sudor y sexo, aquel que nos había traído de vuelta a ambos de un lugar oscuro al que no queríamos volver, nuestra alma. Nuestra alma atormentada de inseguridades y miedo, en nosotros mismos, en el otro. Era extraño recordarlo como si no hubiera pasado, como si me lo hubiera imaginado. Pero sus caricias aún seguían grabadas en mi piel y su olor me hacía compañía en la cama.

Parecía que el sol se quería burlar de mí, guiñándome con su luz a través de los cristales del balcón. El aire que se colaba mecía una cortina blanca, la culpable de aquel espectáculo de calor y frío. Agarré el papel y deslicé mis dedos sobre él mientras me apoyaba sobre mis codos en el colchón. Mi pelo se deslizó por la espalda, despacio, como la cortina, recordándome que aún seguía desnuda en aquella cama ahora vacía.

Abrí la nota con dedos temblorosos. Mis cejas luchaban por juntarse la una con la otra intentando comprender porqué estaba sola, porqué no estaba conmigo, porqué se había ido.

Tal vez, así nos va mejor. Separados y llenos de recuerdos.
Derek

Deslicé el dedo sobre las letras, sobre su nombre, sobre su idea de nosotros, y suspiré.

– Tal vez… – Cerré los ojos y dejé caer la cabeza de nuevo sobre la almohada. Si él quería que viviéramos de nuestros recuerdos, yo me iba a regodear en ellos. Al menos… cinco minutos más.

Melanie Quintana Molero (fragmento del libro aún en construcción – Pólvora)


DEJA QUE TE PROVOQUE

Esa noche no me las puse. Decidí provocarle, que él viera que no llevaba bragas. El vestido blanco con lunares negros me llegaba sobre las rodillas y me daba esa seguridad que necesitaba para atreverme a hacerlo.

Cuando llegué al bar él estaba al fondo de la barra, esperándome. Me acerqué y pedimos algo para beber y comer. Me senté en el taburete con las piernas cruzadas mientras él quedaba de pie, a mi altura. Solo de pensar en mi propio juego sentía cómo mi vulva se mojaba. Su boca quería la mía y yo se la di. Nos saboreábamos sin importarnos quién mirara nuestro deseo.

En un impulso de quedar más cerca el uno del otro abrí las piernas para que se acomodara entre ellas. Cuando vio mi invitación, me abrió las piernas de manera descarada, quería provocarme, sin darse cuenta que le estaba provocando yo. Nuestras bocas seguían siendo una hasta que sus manos abandonaron mi cabeza para viajar por mis piernas. Según se deslizaban por ellas mi deseo se convertía en lujuria. Quería más. Me encantaba ese juego.

Intentó escandalizarme llevando sus manos hasta mi entrepierna. Tal fue su asombro al notar la humedad y no la tela que noté su creciente erección golpeando la parte interna de mis muslos.

– ¿Hoy venías con ganas de jugar?

– Hoy venía con ganas de provocar.

Megan


SENTIR LO QUE NO SE PUEDE TOCAR

Una mirada cruzada. Dos segundos que se quedan clavados en la mente para toda una vida. Esa mirada con la que sientes la certeza de que nunca más las vas a volver ver o a sentir.

Una mirada en el metro o en el autobús; de esas que sientes casi como si te estuvieran tocando y no puedes evitar alzar la vista para devolver ese momento que alguien te está ofreciendo de forma altruista.

Sí, una mirada puede seducirte la mente y el cuerpo para algo más que un rato. Ese momento en el que te das cuenta de qué es la fuerza del contacto intangible, a veces mucho más poderosa que cualquier caricia o experiencia sexual, porque… tras ese momento viene lo mejor de esa experiencia: la fantasía.

El morbo de fantasear con alguien que sabes que no te volverás a encontrar o llegarás siquiera a conocer. Ese juego de no conocer a la persona que hay detrás de esa mirada, de esos ojos, de esa intensidad. El placer de fantasear con nosotros mismos, de crear, de expandir posibilidades.

¡Qué bello es sentir lo que no se puede tocar!

Kirara


ME GUSTAS

Me gusta. Sí. Lo reconozco. Me gustan sus ojos cuando me mira porque veo el deseo en sus pupilas, me gusta su sonrisa que le ilumina la cara, me gusta su lengua recorriendo mi clavícula y mi cuello, me gusta su cabeza entre mis piernas.

Me gusta su piel, suave como la de alguien que estrena una, me gusta su humor, su forma de hablar nasal, su peculiar forma de bailar. Me gusta su cama calentita con ese edredón mágico que hace que no quieras salir de ella. Me gustan sus abrazos mientras duermo. Me gusta que me robe besos, que meta su lengua en mi boca y me haga estremecer. Me gusta cuando se calienta por la noche y succiona mis pezones hasta oírme gemir. Me gusta que baje con su lengua lentamente por mi ombligo hasta mi vulva y me coma el alma. Me gusta el sonido que emite su voz extenuada de placer cuando introduzco suavemente su pene en mi vagina. Me gusta que me pregunte si me gusta lo que hace.

Me gustas, pero no deberías gustarme. No deberías porque tu pasado pesa mucho. Porque tienes una mochila cargada de situaciones complicadas, de desconfianza, de traición. Porque tienes miedo a ser libre, a expresarte tal cual eres, porque te tomas la vida demasiado a broma.

No deberías, sin embargo, ya me has atrapado.

Amanita

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