Por mucho que la identidad sexual se encuentre entre las orejas, hay quienes todavía a día de hoy se obcecan en buscarla entre las piernas. Como consecuencia, se continúa dando una situación conocida como transexualidad. Aunque este artículo no trate sobre este fenómeno, sí lo hace sobre aquellos varones que aun sin ser transexuales durante su infancia viven en situación de transexualidad. Tal es el caso de los güevodoce.
Los güevodoce son aquellos niños y hombres –hasta donde se conoce, siempre se clasifican sexualmente a sí mismos como varones– que nacen sin pene y que les crece alrededor de los doce años. De ahí su nombre: porque con el inicio de la pubertad cambian de sexo y de consciencia sexual.
Aunque sería más correcto y riguroso decir que lo que cambia no es el sexo sentido desde dentro –la identidad sexual–, sino la clasificación sexual que realiza la sociedad desde fuera en base a unos genitales externos que hasta ese momento tenían una apariencia más femenina que masculina y que, alrededor de los doce años, se invierte con el descenso de los testículos a modo de escroto –hasta entonces alojados inguinalmente– y el aumento de tamaño del pene –antes considerado clítoris–, además del desarrollo de otros caracteres sexuales típicamente masculinos como el vello corporal o la nuez.
Este hecho de diversidad –también conocido como pseudohermafroditismo masculino– se da principalmente entre un bajo porcentaje de la población de la República Dominicana y se produce por una deficiencia de origen genético en la enzima 5-alfa-reductasa.
La baja actividad de esta molécula conlleva una menor producción de dihidrotestosterona, una hormona esencial para el desarrollo de los genitales externos masculinos. Como consecuencia, estos no crecen completamente durante el embarazo generando una imagen ambigua, similar a unos labios y un clítoris si se observada desde fuera.
Analizado desde los diferentes niveles del proceso de diferenciación sexual o sexuación, los güevodoce tienen una genética típicamente masculina –XY–, testículos a nivel gonadal y conductos de Wolf como genital interno. Sin embargo, al no recibir la acción adrizante de la dihidrotestosterona, los genitales externos adquieren una apariencia vulvar –en caso de duda, la diferenciación sexual es femenina por defecto– hasta el potente resurgir en cascada del proceso de masculinización hormonal de la pubertad.
Y así, por arte de magia –o más bien, de los designios del sistema endocrino– es como a estos púberes dominicanos les sale (micro)pene alrededor de los doce años y dejan de estar en situación de transexualidad.
* IMPERATO-MacGinley, Julianne et al, “Male pseudohermaphroditism secondary to 17 beta-hydroxysteroid dehydrogenase deficiency: gender role change with puberty”, Journal of Clin End and Metabolism, 49-3 (1979), pp. 391-395